sábado, 16 de abril de 2011

2.- El principio. En la oscuridad.


Aquella mañana me había levantado a ciegas… estaba ciega…

Una vela, un espejo y mi cara apenas reflejada en él.
Una maleta llena de cosas,… de ropa ¿frío? ¿calor?… Ya no recordaba. Lo había dejado todo para el último momento (como siempre)… Lo miraría por la mañana y sacaría lo ¿innecesario? … Siempre fue así, por qué habría de ser diferente ahora, que nadie supervisaba ni controlaba nada.

No sabía bien hacia dónde me dirigía. Ni por qué. Ni para qué…. ¿Y qué podía importarme una nimiedad así? Sólo quería salir de allí. Intentar hacer algo diferente. Intentar llegar a un destino. Esa era mi meta. En realidad, no me importaba conseguirlo. Sólo quería intentarlo. Correr, aún sin saber hacia donde.
Lo único que sabía, lo único que me importaba era que alguien me esperaba al final del camino. Si conseguía llegar, alguien me recogería…

Y recordé aquel otro salto. Aquel que llevo en lo más profundo de mi estómago.
Sonreí… Si pude, puedo.

Cuando abrí los ojos no veía nada.
Había oído el despertador casi en sueños. Y, casi en sueños, le di a apagar. Era completamente de noche y sólo hacía dos horas que me había acostado. Tenía sueño. No quería levantarme.

- ¡Arriba! ¡El autobús no espera!
- ¡Ya lo sé… no me molestes!

Aquella voz me resultaba conocida. Pero tampoco tanto como para consentirle que me diera órdenes.
¿Órdenes? ¡A mí, nadie me da una orden!

- ¡Levántate!
- ¡Sal de mi cabeza!

¿Qué?… Empezaba a recordar de qué me sonaba aquella voz… ¡Oh, por favor! Era cierto. ¿Se puede ser más tonta? ¿O más loca?
Y ahora, dime que esta mano que intenta encender la luz, no es la mía.

No se podía estar más ciega.
No conseguía ver nada. Por más que abría los ojos, seguía sin ver. ¡Empezaba bien el día!.


No había más tiempo. Y el corazón empezó a abrirse camino en un mundo de oscuridad.
Era mi cerebro quien gritaba desesperadamente.
- ¡Necesito llegar! ¡Muévete!
Y me moví. Salí de la cama lo más deprisa que pude. Quedaban tantas cosas por hacer.
 
Seguía sin ver nada y las luces no se encendían. Ninguna. La casa estaba a oscuras. Y todo me hacía tropezar.
Algo me impedía el paso. La maleta. La había dejado allí. Y allí seguía, con su boca abierta. Esperando. Vomitando ropa que no podía tragar.
No podía pensar, necesitaba iluminar aquel cerebro medio adormecido.


Una luz… Mis manos buscaban afanosas. Se movían por la estantería, recorriendo cada espacio, subiendo y bajando montañas… Recordaban haber paseado en alguna ocasión por aquella madera. Sentían su suavidad de bordes redondeados…
Cuántos recuerdos bailando unos con otros. Podía oírlos hablar. Cuánta vida. Una vida… Cada uno había llegado en cierta ocasión en la que … Cada uno contaba su historia. Agolpándose. Intentando hacerse oír. Querían su momento.
Un momento que yo no tenía.

Hacía años que el candelabro guardaba historias en su memoria. Se fueron grabando a fuego lento, al titilar de una tenue llama. Había visto sonrisas, enfados y alegrías, desconsoladas lágrimas, risas incontroladas. Cuántas noches siendo el centro, protagonista mimado de cenas románticas…
Ahora sólo era un trasto olvidado en un rincón. Que observaba en silencio el pasar de las horas muertas, como un reloj a quien nadie volvió a dar cuerda. Atesorando telarañas con las que vestir sus desnudos recuerdos.

Encendí la vela y la acerqué al espejo. Mi cara apenas se reflejaba en él.


La ducha. El calentador sí funcionaba. La tensión fue desapareciendo por el desagüe. Notaba cada músculo que volvía a su sitio. Sentía cómo entraba el vapor por cada poro de mi piel. Una piel que hacía deslizar el agua cálida.

Me afané en dar color a una cara que casi no veía pero que recordaba de ocasiones anteriores.

Con la maleta fue más fácil. Quité todo lo que había vomitado y se desparramaba por los lados. La cerré como pude. Y en la de mano, volví a repetir la misma operación.

Sin saber lo que llevaba y lo que no. Con la incertidumbre de un camino por recorrer. Con la prisa por llegar. Con la alegría de salir. Cogí mis maletas, cerré la puerta y me fui.

Con la única compañía de mi acelerado corazón, llegué a aquella parada y observando mi alrededor, me senté a esperar el autobús.



No hay comentarios:

Publicar un comentario