jueves, 31 de marzo de 2011

1. La Calle.




Algo debía andar mal y sería eso lo único que andaba…

Faltaban unos minutos para la llegada del autobús, cuando llegué a aquella parada. Me había sentado y observado el marcador de lo que parecían carreras de autobuses:
10 minutos para la llegada del 10
9 minutos para la llegada del 20
9 ……… para el 10
7 ……… para el 20
7 para el 10
5 para el 20
A mí, sólo me importaba el 20. Era el único que me ayudaría a llegar a mi destino…

Se respiraba una tranquilidad inusual en aquella siempre ruidosa calle :
Ambulancias que hacían sonar sus sirenas para advertir de su llegada al cruce de dos arterias de tráfico constante.
Camiones, coches y motos.
Gente que se cuela entre los atascados vehículos.
Niños alegremente despreocupados que se dejan llevar por la aventura bajo la atenta mirada de una paloma.
Hormigoneras produciendo esa comida necesaria para saciar las hambrientas fauces del metro. Y esos chalecos de amarillo fosforescente que pasean sus cascos entre zanjas a corazón abierto en pleno asfalto.
Un policía que, a golpe de silbato, intenta encauzar la vida arterial cada mañana.
Anuncios que ruedan poniendo cuerpo a las cabezas que, adormiladas o en bulliciosa conversación emergen por las ventanillas de los autobuses…

No es eso lo que ocurre hoy. Nada se mueve. Nada. Ni los números del marcador, que había dejado de funcionar hacía rato.
El tiempo se había detenido en una ciudad que celebraba la festividad de la Comunidad, durmiendo. Ya habría tiempo de despertar.

Tiempo… Tiempo, era lo que yo no tenía.
Mi reloj no había dejado de correr y, ahora, contagiaba a mi ya acelerado corazón…

Continuará... (O no)