miércoles, 27 de abril de 2011

Muerte.




El pensamiento perdido en el inmenso vacío.
El aire lacerante que corta mis manos al acercarse.
La espalda rota de soportar el peso de mi alma.
Los ojos rojos de sangre.
Encadenada la paz.
Muerta, yace mi palabra.

Yul



miércoles, 20 de abril de 2011

0.- Declaración de intenciones.




La autora (Yo) narra en 1ª persona la historia del personaje (Ella), una mujer que, cansada de vivir en un mundo cerrado y estático, que la aprisiona y  asfixia, decide romper con todo y salir al exterior.
Para conseguirlo, proyecta sus propios sentimientos, recuerdos y miedos en unos objetos hasta entonces inanimados a los que da vida, su propia vida. Una vida que pretende cambiar por otra nueva, dejando ésta allí, abandonada, olvidada…

Se desnuda del pasado y nace a un futuro incierto, pero diferente.

Rompe la cálida y oscura crisálida donde siente la seguridad de un vientre materno, para desplegar alas de mariposa. Tal vez una simple mariposa marrón. Pero mariposa al fin y al cabo, con alas que la harán volar, igualmente, tan lejos como pueda.

La autora salta al mundo de la narración emprendiendo el viaje acompañada y acompañando a una mariposa insegura de alas invisibles y faltas de color, pero que espera ir fortaleciendo a cada paso de su incipiente vuelo.

La autora (Yo) intenta hacer llegar al lector (Usted) un mundo de intenciones, sentimientos y sensaciones a través del vuelo incierto de una mariposa marrón (Ella)
Que lo consiga o no, dependerá del fortalecimiento o deterioro del triángulo amoroso (Ella) - (Usted) - (Yo) … ; )


lunes, 18 de abril de 2011

Mariposa marrón



Mariposa marrón, que más parece una polilla, sobre fondo gris, en un mundo de luces y sombras.

La Belleza está ahí, en lo insignificante. Para descubrirla, sólo hay que querer gastar un poco de tiempo en mirarla.

Yul

sábado, 16 de abril de 2011

2.- El principio. En la oscuridad.


Aquella mañana me había levantado a ciegas… estaba ciega…

Una vela, un espejo y mi cara apenas reflejada en él.
Una maleta llena de cosas,… de ropa ¿frío? ¿calor?… Ya no recordaba. Lo había dejado todo para el último momento (como siempre)… Lo miraría por la mañana y sacaría lo ¿innecesario? … Siempre fue así, por qué habría de ser diferente ahora, que nadie supervisaba ni controlaba nada.

No sabía bien hacia dónde me dirigía. Ni por qué. Ni para qué…. ¿Y qué podía importarme una nimiedad así? Sólo quería salir de allí. Intentar hacer algo diferente. Intentar llegar a un destino. Esa era mi meta. En realidad, no me importaba conseguirlo. Sólo quería intentarlo. Correr, aún sin saber hacia donde.
Lo único que sabía, lo único que me importaba era que alguien me esperaba al final del camino. Si conseguía llegar, alguien me recogería…

Y recordé aquel otro salto. Aquel que llevo en lo más profundo de mi estómago.
Sonreí… Si pude, puedo.

Cuando abrí los ojos no veía nada.
Había oído el despertador casi en sueños. Y, casi en sueños, le di a apagar. Era completamente de noche y sólo hacía dos horas que me había acostado. Tenía sueño. No quería levantarme.

- ¡Arriba! ¡El autobús no espera!
- ¡Ya lo sé… no me molestes!

Aquella voz me resultaba conocida. Pero tampoco tanto como para consentirle que me diera órdenes.
¿Órdenes? ¡A mí, nadie me da una orden!

- ¡Levántate!
- ¡Sal de mi cabeza!

¿Qué?… Empezaba a recordar de qué me sonaba aquella voz… ¡Oh, por favor! Era cierto. ¿Se puede ser más tonta? ¿O más loca?
Y ahora, dime que esta mano que intenta encender la luz, no es la mía.

No se podía estar más ciega.
No conseguía ver nada. Por más que abría los ojos, seguía sin ver. ¡Empezaba bien el día!.


No había más tiempo. Y el corazón empezó a abrirse camino en un mundo de oscuridad.
Era mi cerebro quien gritaba desesperadamente.
- ¡Necesito llegar! ¡Muévete!
Y me moví. Salí de la cama lo más deprisa que pude. Quedaban tantas cosas por hacer.
 
Seguía sin ver nada y las luces no se encendían. Ninguna. La casa estaba a oscuras. Y todo me hacía tropezar.
Algo me impedía el paso. La maleta. La había dejado allí. Y allí seguía, con su boca abierta. Esperando. Vomitando ropa que no podía tragar.
No podía pensar, necesitaba iluminar aquel cerebro medio adormecido.


Una luz… Mis manos buscaban afanosas. Se movían por la estantería, recorriendo cada espacio, subiendo y bajando montañas… Recordaban haber paseado en alguna ocasión por aquella madera. Sentían su suavidad de bordes redondeados…
Cuántos recuerdos bailando unos con otros. Podía oírlos hablar. Cuánta vida. Una vida… Cada uno había llegado en cierta ocasión en la que … Cada uno contaba su historia. Agolpándose. Intentando hacerse oír. Querían su momento.
Un momento que yo no tenía.

Hacía años que el candelabro guardaba historias en su memoria. Se fueron grabando a fuego lento, al titilar de una tenue llama. Había visto sonrisas, enfados y alegrías, desconsoladas lágrimas, risas incontroladas. Cuántas noches siendo el centro, protagonista mimado de cenas románticas…
Ahora sólo era un trasto olvidado en un rincón. Que observaba en silencio el pasar de las horas muertas, como un reloj a quien nadie volvió a dar cuerda. Atesorando telarañas con las que vestir sus desnudos recuerdos.

Encendí la vela y la acerqué al espejo. Mi cara apenas se reflejaba en él.


La ducha. El calentador sí funcionaba. La tensión fue desapareciendo por el desagüe. Notaba cada músculo que volvía a su sitio. Sentía cómo entraba el vapor por cada poro de mi piel. Una piel que hacía deslizar el agua cálida.

Me afané en dar color a una cara que casi no veía pero que recordaba de ocasiones anteriores.

Con la maleta fue más fácil. Quité todo lo que había vomitado y se desparramaba por los lados. La cerré como pude. Y en la de mano, volví a repetir la misma operación.

Sin saber lo que llevaba y lo que no. Con la incertidumbre de un camino por recorrer. Con la prisa por llegar. Con la alegría de salir. Cogí mis maletas, cerré la puerta y me fui.

Con la única compañía de mi acelerado corazón, llegué a aquella parada y observando mi alrededor, me senté a esperar el autobús.



jueves, 7 de abril de 2011

Fragmento

Unida por un istmo a una realidad rígida y estructurada…

Una vez roto, soy una isla volcánica unipersonal a la deriva.
Que apenas flota, con un mar en calma que no me deja respirar.
Que vuela, entre fuerte oleaje. Con velas henchidas de adrenalina. Sintiendo el trepidar de aire frío en la cara, el hielo fundido en las venas. Y las vísceras contraídas, empujadas por un vértigo liberador.

Algo que no puedo o no quiero evitar.