domingo, 27 de febrero de 2011

Una tarde, bastante tarde, en el cementerio...

Imagen: Columbarios, Cementerio de Granada. (Yul)


La Vida. la Muerte. Son dos caras de la misma moneda. Cada persona viva, lleva adherida la muerte. Entonces, ¿para qué enemistarse con aquella a quien no se puede evitar?. ¿Por qué temer a quien al final, y desde el principio, me acompañará?

Para ti, para mí, y para todos los que, como nosotros, luchan cada día por no aburrirse…
He aquí, mi visita al lugar del que todos quieren salir y nadie quiere entrar… excepto los que llegan para quedarse, ya sin voluntad.
 
 
Aquel día, decidí hacer un muy particular safari fotográfico.
Mi cámara de fotos y yo, llegamos al segundo cementerio más antiguo de España. El cementerio de Granada. Se podría decir que aquí los muertos tienen solera.
Casi con nocturnidad y alevosía, comencé la peregrinación.
Tumbas por aquí, nichos por allá, columbarios por acullá…

Había gente arreglando, limpiando. Preparando la cercana llegada del día de difuntos. Oía cómo hablaban en voz baja intentando no perturbar el silencio de aquellos silenciosos moradores.

Buscando el rastro de mi desperdigada familia, entré en el primer patio. Había tumbas, panteones y, dispuestos alrededor, adornando los muros con sus flores, los nichos.

En uno de los panteones, unos familiares residentes, hasta entonces totalmente desconocidos para mí, me daban la bienvenida. Hice unas fotos para inmortalizar el encuentro y continué la visita.

Una tumba me sorprendió. No esperaba encontrar a mi primo, que murió cuando más vida le quedaba por vivir. Como él no había esperado que ese hombre se lanzara buscando la muerte y lo entregara a él en sus brazos. Volvía a casa y llegó a aquella tumba. Su mente viajaba con una beca a EEUU y el master se esfumó arrollado por aquel coche.
Son los vivos, quienes traen de la mano la muerte.

Continué el viaje por la historia familiar y encontré a mi abuela acompañada por mi abuelo, que llegó allí bastantes años después que ella, y a quien tampoco conocí.

Recorrí los distintos patios: el 2º, el 3º , el de la Ermita, el de S. José, allí al fondo. Y vuelta atrás, a la derecha de la puerta de entrada, el de las Angustias, S. Francisco… En cada uno de ellos fui encontrando a tíos y demás parientes.

En el patio de Santiago estaba mi bisabuelo, de quien tantas historias me contaba mi padre. Recordaba algunas de ellas… En aquella paz, aquel silencio… ¿Silencio? ¡Ay! Sí, sí que había silencio… Mucho, todo… Todo era silencio… Miré a un lado y a otro... Y nada, nadie… Absolutamente nadie había por ningún lado.

Cierran a las siete y yo estaba a las siete y cuarto buscando un nicho, para hacerle la foto de "rigor", tres patios más allá de la puerta de salida, en el patio de S. Gregorio... Pero, para la última foto que me quedaba, me quedé... Ya no había nadie, ni se oía ningún ruido, y se me ocurrió pensar que no me había llevado ni un bocadillo para quedarme a pasar la noche...

Bajé unas escalerillas tan estrechas que si abría los brazos, tocaba a los dos lados las paredes llenas de columbarios.... ¡Y sin nadie por allí!


Al salir al siguiente patio, en el suelo de uno de los nichos, había un montón de coronas y ramos de flores recién puestas... Y, eso, a las siete y media de la tarde, ya oscureciendo… Saludé educadamente al recién llegado y le comuniqué, con total sinceridad, que, si andaba por allí inspeccionando su nuevo hogar, no se sintiera en la obligación de acompañarme a la puerta, que ya la encontraría yo sola.


Cuando, después de perderme por aquellos patios y no recordar dónde estaba la salida, conseguí llegar, cerca de las ocho... ¡La puerta estaba abierta y pude salir!

Casi me quedo encerrada en el cementerio, yo sola haciendo fotos a las tumbas, nichos, panteones y columbarios.
No molesté a ningún muerto y ningún muerto me molestó.

Por qué pasó, no sé. Pero que pasó, eso sí. Sé que fue… Fui… ¡Y, volví!

Yul.

Tal día como hoy, 23 de Febrero de 2011, de hace dos años…



Con una sonrisa y un silencioso movimiento de labios, aquel guardia civil, por segunda vez en dos horas, me decía: ¡Gracias!
Eran las cinco de la tarde. Mi madre y yo seguíamos en el pasillo de Urgencias del hospital. Habían pasado ya seis horas desde que la ambulancia nos dejó allí… y allí seguía yo, de pie junto a la camilla, sujetando su mano…

Dicen que hay que ver el lado bueno de las cosas. También dicen eso de estar justo en el sitio y en el momento en el que se es necesario.
No sé si había algo bueno que ver en aquella situación en la que me encontraba, ni si realmente era necesario que me encontrara allí, justo en ese momento.
Con necesidad o sin ella, allí estaba…

Pues no, no había nada, absolutamente nada bueno ese día… La ambulancia nos dejó en el pasillo de Urgencias a las 11h. A las 14h, debieron considerar que estorbábamos y nos llevaron a la sala de curas.
Mi madre en la camilla, yo de pie a su lado y a unos 10cm de mi espalda, una cortina.


No había pasado media hora cuando, una pareja de la guardia civil entró custodiando a un herido de bala (de un tiroteo por ajuste de cuentas en cosas de drogas). Dejaron la camilla al otro lado de la cortina y se quedaron en el pasillo, junto a la puerta.
Entraron enfermeras, enfermeros, una doctora, y todos fueron saliendo de prisa y corriendo, mientras él les gritaba e insultaba, protestando sin parar.
Así que, aquí me tenéis a mí, sola ante el peligro o con la muerte, más que en los talones, en la espalda. Sí, la muerte, porque lo que gritaba aquel tipo, y por lo que todos salían “escopetáos” , era : “¡Los voy a matar a todos! ¡No voy a dejar a nadie con vida! ¡Nadie me atiende! ¡Mi pistola! ¡Los mato a todos! ¡Voy a matar a todo el mundo!”
Mientras oía gritar a mi asesino pegado a mi oreja, veía la sombra de su mano acercándose hasta coger la cortina que nos separaba… Ahí supe que de esa no salía con vida. Estaba a punto de ser estrangulada…
¡Todo el mundo, era yo! Porque yo era la única persona con vida que había en aquella habitación. La única al alcance de su mano…
Cuando más muerta estaba, uno de los guardias entró. ¡Bien, el mundo se acaba de dividir o multiplicar por dos!… Y respiré.

Trataba de explicarle que tenia que dar el nº de teléfono de algún familiar, para que firmara el consentimiento de la operación.
El joven asesino seguía gritando y apabullando al guardia.
- ¡Yo soy mayor de edad! ¡No necesito que nadie firme por mí! ¡Quieren cortarme el brazo!
- Danos un teléfono…
- ¡No! ¡Me quieren cortar el brazo!

Aquello no tenía fin. Decidí que, total, de perdidos al río. Con lo que me dolía la espalda, no iba a seguir cargando con aquella otra muerte. Mejor de frente. Si tiene que ser, que sea de cara, a verla venir.
Respiré hondo, le dí la vuelta a la cortina y me puse al lado de su cama…
El guardia me miró con cara de asombro y el asesino, también.

Con toda la tranquilidad del mundo, dije:
- Tranquilízate. Tú sabes cómo son los médicos, para cualquier cosa piden que les firmen autorizaciones.

El asesino, empezó a hablarme tranquilo, sin gritar, manteniendo una conversación calmada. El guardia, me miró y con un leve gesto de cabeza, asintió y salió de la habitación.
Como dos buenos amigos, nos quedamos charlando.
- Es que yo soy joven y me quieren cortar el brazo. ¿Cómo voy a coger mis dos pistolas para poder disparar? (Y hacía el gesto como si disparara con el dedo de una y otra mano)
- No, hombre. Lo que ocurre es que tienes una bala en el hombro y, para poder sacarla, tienen que saber exactamente dónde está. Por eso tendrán que hacer una radiografía.
- Pero, me tienen aquí sin atenderme.
- Tú sabes cómo funcionan los hospitales. Nos tienen esperando, porque hay mucha gente. Nosotras esperamos desde las once.
- No quiero que mi familia tenga que firmar.
- Los médicos quieren que los familiares firmen, para que no vengan luego protestando. Siempre, para cualquier tontería, hay que firmar. Yo también he firmado para que le hicieran una radiografía a mi madre.
Cuanto antes digas el nº de alguien, antes terminas.
- ¡Eh! ¡Que te voy a dar el teléfono de mi novia!

Entró el guardia, me sonrió y, en voz baja, dijo: ¡Gracias!

Nos llevaron a la consulta de valoración. La Dra. me aconsejó que llamara a alguien que me hiciera compañía en “ese momento”, que sería en unas horas y para el que ya sólo quedaba esperar. Y nos volvieron a dejar en el pasillo de Urgencias.

… Y nos dieron las once, las doce y la una y las dos y las tres…
… Y las cinco de la tarde…

Allí estaba yo, de pie junto a la camilla,. Sujetando la mano, del cuerpo que respiraba sin vida, de mi madre…

… Y allí, iban unos calzoncillos, asomando por la bata abierta de hospital, corriendillo y gritando:
- ¡Yo me voy de aquí! ¡Que no me quedo ni un minuto más!
… Y allí, iba detrás, la pareja de la Guardia Civil. Con más paciencia que el Sto. Job. Intentando convencer a aquellos calzoncillos, que le hacían el caso del sol puesto y para nada pensaban dar su culo a torcer…

Yo, que ya no tenía la muerte pegada a mi espalda,
sino cogida de la mano. Ni me sentía sola ante el peligro… Hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar. Lo normal en aquellas mis circunstancias… Lo llamé.
- ¡Hombre! ¿Dónde vas?
- Es que me tienen aquí, esperando y nadie me atiende.
- Ya lo sabes. Esto funciona así. Mira, nostras, también seguimos aquí.

Los calzoncillos, se dieron media vuelta, pusieron cara de “Sí que es verdad” y , tranquilamente convencidos, volvieron a la sala de curas.
 
 
 
 
Con una sonrisa y un silencioso movimiento de labios, aquel guardia civil, por segunda vez en dos horas, me decía: ¡Gracias!
Eran las cinco de la tarde… 


Yul.

 

sábado, 26 de febrero de 2011

Un día recordé. Quise hablarte... Tú, como siempre, nunca estás.

Ayer, 18 de diciembre, hizo 18 años que murió mi padre.
He recordado quién estaba en esta casa ese día y quién está hoy.
Y qué diferencia con la muerte de mi madre el año pasado…

Esa hora esperando, desesperada, la ambulancia,… A las 11h, esperando, ya en el hospital, en el pasillo de ¿Urgencias? De pie, junto a la camilla, sujetando su mano y hablándole con una sonrisa, intentando hacerle sentir que no estaba sola, que yo estaba allí acompañándola … A las 15h, entramos a la consulta de valoración, solté su mano y me senté en aquella silla mientras la doctora decía que llamara a alguien para que me acompañara en ese momento de final, de una muerte ya comenzada, que sería en unas horas… Volvimos al pasillo de ¿Urgencias?, volví a sujetar su mano, volví a hablarle y a sonreírle, y me quedé allí, de pie junto a ella… A las 20h, la llevaron a observación, nos dejaron en aquella habitación con decoración infantil, separadas por un cristal del resto de enfermos que necesitaban ser observados. Me senté en el sillón que había junto a su cama, sujeté su mano, le sonreí y le hablé y le conté historias divertidas… Cuando llegó Sole y me preguntó si había comido, recordé que no lo había hecho en todo el día… Cuando, por fin, llegaste y se fue Sole, recordé que tampoco había ido al servicio en todo el día… y fui un momento, aprovechando que ya estabas allí,… y lloré un poco, … Y volví a entrar y a sentarme en el sillón y a sujetar su mano y a sonreír,... A las 6h, dejó de respirar…

Aquel día no comí, pero el resto de los días que, desde entonces, he seguido viviendo, he comido, y he tenido que comprar y hacer la comida y encargarme de pagar facturas de agua, luz, Ibi, comunidad, seguro, teléfono,… hacer que todo vaya medio funcionando a pesar de todo lo que se va rompiendo,… Tratando de mantener una estabilidad, a pesar de todo… y todo sin compañía y consuelo en mi duelo… Porque yo sí he seguido cargándome con toda la responsabilidad. Porque yo sí quiero a mi hijo… Y he seguido sonriendo.

De chorradas, no necesito cargar con ninguna. Esas, para con quien compartas los días, los gastos, los viajes, la compañía, la diversión, las tristezas y las alegrías,… los pequeñísimos ratos de hospital y los consuelos por la muerte de un padre.

Padezco el abandono de los vivos. Agradezco la compañía de los muertos.

viernes, 25 de febrero de 2011

… Y ese día, duró un año.

Un día sentí que, hiciera lo que hiciera, estaba atrapada.
Me pierdo, me encuentro y me vuelvo a perder. Como el juego de la rueda: “me agacho y me vuelvo a agachar”… Porque estoy en un círculo. Porque la ballesta dispara justo a la altura de mi cabeza. Porque el péndulo vuelve atrás cada rato. Porque es el cuento de nunca acabar.
- ¿Quieres que te lo cuente otra vez?
- ¡No!
- No te he dicho que digas ¡No!. He dicho que si quieres que te cuente el cuento del gallo pelao.
- ¡No, por favor, ya no más!
- No te he dicho que digas ¡No, por favor, ya no más!. He dicho que...
 
Estoy cansada. Me canso de luchar continuamente y sin descanso, contra todo y contra todos. ¿Y yo? Ya ni sé dónde estoy.
Soy yo quien no tiene suelo donde pisar.
Vuelve el calor. Y con él, un nuevo año. Todo continúa en el mismo sitio, en la misma nada.
Oigo la vida ahí fuera. El mundo sigue girando.
Giro sin rumbo, en sentido contrario. Sin dirección. Sin sentido. Dentro de la no dirección, dentro del sin sentido.
Cada día avanzo. Cada día retrocedo. Cada día, me muevo sin movimiento aparente. ¿O soy yo, que no consigo verlo?
Siento, pienso, hago. Nada sirve de nada.
Un día más, un año más, en la cuenta sin fin de la no Vida.
¿Dónde van a parar mis deseos? ¿Dónde mis sentimientos? ¿Dónde, todo lo que pienso?
Sí, ya sé. Ya sé. Nada existe. Todo es un mundo inventado que nadie, excepto yo, puede ver. Estoy inmersa en mi propia “teoría del cine”.
Yo los veo, ellos a mí no. Les grito, no me oyen.
Querría saber que no existe el futuro. Pero ahí está, cada día, dando señales de su propia e inexorable vida.
Siento la tormenta en mi interior. La calma exterior, me exaspera.