domingo, 27 de febrero de 2011

Tal día como hoy, 23 de Febrero de 2011, de hace dos años…



Con una sonrisa y un silencioso movimiento de labios, aquel guardia civil, por segunda vez en dos horas, me decía: ¡Gracias!
Eran las cinco de la tarde. Mi madre y yo seguíamos en el pasillo de Urgencias del hospital. Habían pasado ya seis horas desde que la ambulancia nos dejó allí… y allí seguía yo, de pie junto a la camilla, sujetando su mano…

Dicen que hay que ver el lado bueno de las cosas. También dicen eso de estar justo en el sitio y en el momento en el que se es necesario.
No sé si había algo bueno que ver en aquella situación en la que me encontraba, ni si realmente era necesario que me encontrara allí, justo en ese momento.
Con necesidad o sin ella, allí estaba…

Pues no, no había nada, absolutamente nada bueno ese día… La ambulancia nos dejó en el pasillo de Urgencias a las 11h. A las 14h, debieron considerar que estorbábamos y nos llevaron a la sala de curas.
Mi madre en la camilla, yo de pie a su lado y a unos 10cm de mi espalda, una cortina.


No había pasado media hora cuando, una pareja de la guardia civil entró custodiando a un herido de bala (de un tiroteo por ajuste de cuentas en cosas de drogas). Dejaron la camilla al otro lado de la cortina y se quedaron en el pasillo, junto a la puerta.
Entraron enfermeras, enfermeros, una doctora, y todos fueron saliendo de prisa y corriendo, mientras él les gritaba e insultaba, protestando sin parar.
Así que, aquí me tenéis a mí, sola ante el peligro o con la muerte, más que en los talones, en la espalda. Sí, la muerte, porque lo que gritaba aquel tipo, y por lo que todos salían “escopetáos” , era : “¡Los voy a matar a todos! ¡No voy a dejar a nadie con vida! ¡Nadie me atiende! ¡Mi pistola! ¡Los mato a todos! ¡Voy a matar a todo el mundo!”
Mientras oía gritar a mi asesino pegado a mi oreja, veía la sombra de su mano acercándose hasta coger la cortina que nos separaba… Ahí supe que de esa no salía con vida. Estaba a punto de ser estrangulada…
¡Todo el mundo, era yo! Porque yo era la única persona con vida que había en aquella habitación. La única al alcance de su mano…
Cuando más muerta estaba, uno de los guardias entró. ¡Bien, el mundo se acaba de dividir o multiplicar por dos!… Y respiré.

Trataba de explicarle que tenia que dar el nº de teléfono de algún familiar, para que firmara el consentimiento de la operación.
El joven asesino seguía gritando y apabullando al guardia.
- ¡Yo soy mayor de edad! ¡No necesito que nadie firme por mí! ¡Quieren cortarme el brazo!
- Danos un teléfono…
- ¡No! ¡Me quieren cortar el brazo!

Aquello no tenía fin. Decidí que, total, de perdidos al río. Con lo que me dolía la espalda, no iba a seguir cargando con aquella otra muerte. Mejor de frente. Si tiene que ser, que sea de cara, a verla venir.
Respiré hondo, le dí la vuelta a la cortina y me puse al lado de su cama…
El guardia me miró con cara de asombro y el asesino, también.

Con toda la tranquilidad del mundo, dije:
- Tranquilízate. Tú sabes cómo son los médicos, para cualquier cosa piden que les firmen autorizaciones.

El asesino, empezó a hablarme tranquilo, sin gritar, manteniendo una conversación calmada. El guardia, me miró y con un leve gesto de cabeza, asintió y salió de la habitación.
Como dos buenos amigos, nos quedamos charlando.
- Es que yo soy joven y me quieren cortar el brazo. ¿Cómo voy a coger mis dos pistolas para poder disparar? (Y hacía el gesto como si disparara con el dedo de una y otra mano)
- No, hombre. Lo que ocurre es que tienes una bala en el hombro y, para poder sacarla, tienen que saber exactamente dónde está. Por eso tendrán que hacer una radiografía.
- Pero, me tienen aquí sin atenderme.
- Tú sabes cómo funcionan los hospitales. Nos tienen esperando, porque hay mucha gente. Nosotras esperamos desde las once.
- No quiero que mi familia tenga que firmar.
- Los médicos quieren que los familiares firmen, para que no vengan luego protestando. Siempre, para cualquier tontería, hay que firmar. Yo también he firmado para que le hicieran una radiografía a mi madre.
Cuanto antes digas el nº de alguien, antes terminas.
- ¡Eh! ¡Que te voy a dar el teléfono de mi novia!

Entró el guardia, me sonrió y, en voz baja, dijo: ¡Gracias!

Nos llevaron a la consulta de valoración. La Dra. me aconsejó que llamara a alguien que me hiciera compañía en “ese momento”, que sería en unas horas y para el que ya sólo quedaba esperar. Y nos volvieron a dejar en el pasillo de Urgencias.

… Y nos dieron las once, las doce y la una y las dos y las tres…
… Y las cinco de la tarde…

Allí estaba yo, de pie junto a la camilla,. Sujetando la mano, del cuerpo que respiraba sin vida, de mi madre…

… Y allí, iban unos calzoncillos, asomando por la bata abierta de hospital, corriendillo y gritando:
- ¡Yo me voy de aquí! ¡Que no me quedo ni un minuto más!
… Y allí, iba detrás, la pareja de la Guardia Civil. Con más paciencia que el Sto. Job. Intentando convencer a aquellos calzoncillos, que le hacían el caso del sol puesto y para nada pensaban dar su culo a torcer…

Yo, que ya no tenía la muerte pegada a mi espalda,
sino cogida de la mano. Ni me sentía sola ante el peligro… Hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar. Lo normal en aquellas mis circunstancias… Lo llamé.
- ¡Hombre! ¿Dónde vas?
- Es que me tienen aquí, esperando y nadie me atiende.
- Ya lo sabes. Esto funciona así. Mira, nostras, también seguimos aquí.

Los calzoncillos, se dieron media vuelta, pusieron cara de “Sí que es verdad” y , tranquilamente convencidos, volvieron a la sala de curas.
 
 
 
 
Con una sonrisa y un silencioso movimiento de labios, aquel guardia civil, por segunda vez en dos horas, me decía: ¡Gracias!
Eran las cinco de la tarde… 


Yul.

 

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